30.1.07

La estricta equivalencia.

Anciano. --Venga, venga. Cómase su sombrero antes de entrar. Es muy apetitoso, muy rico. Tengo por aquíe spuma, cadáver y sal. Va a ver qué bien se complementa con el calamar que está degollando para la cena. Pase por aquí, venga, venga. Esta es mi casa, pero nada en ella parece ser mío, por eso lo llamé. Quiero que observe mis cosas, mis objetos, y que me diga en cuáles la etiqueta dice "debe". Porque eso quiere decir que aun debo.

Joven. --¿Qué debe?

Anciano. --Venga, venga. Observe. Este es el cuarto lleno de cosas. Así se cuentan y recuentan los objetos, sólo que yo no puedo hacerlo, sino que debe hacerlo un Imparcial. Es estrictamente necesario que dejemos de lado toda referencia a la palabra caridad, y nos centremos en la de justicia.

Joven. --¿Cómo? ¿Qué dice?

Anciano. --¿No sabe qué es la justicia? Por favor... uno que no sabe. La justicia, señor, es la estricta equivalencia de las prestaciones. Yo doy, y usted da. Eso de que lo esencial es invisible a los ojos es una linda fábula que se inventó para los crédulos, los inocentes, y los ingenuos. Pase, por favor, a corroborar las cosas que debo. Haga el inventario. Pase con su libreta y anote. La justicia lo demanda. ¿Quiere un té? Me olvidaba. Como usted es auxiliar de la justicia, tal vez no debería hacerle esta aclaración, pero se la hago de todos modos. Si yo lo invito a un té, le estoy dando una cosa. Así que usted, en justicia, deberá invitarme a uno también. No es necesario que lo haga ahora, ni hoy. Pero por favor, no deje pasar mucho tiempo. Odiaría que se devenguen los intereses.

Joven. --No, gracias.

Anciano. --¿Seguro que no quiere un té?

Joven. --No. Gracias. Yo sólo tomo té con mis amigos.

Anciano. --Amistad... ¿qué es eso? Yo le pedí un inventario. Saque esa noción de mi casa. Aquí sólo entra el concepto de justicia. Y si me pregunta, la justicia es 1+1=2. Yo doy uno, usted da uno, y así se hace el dos. Hoy por ti, y hoy por mí, o corre el interés, claro. Pero pase.

Joven. --Me parece que no quiero entrar. Usted a mí no me entiende, sólo entiende a los que son como usted.

Anciano. --¿Me pide que lo entienda? ¿Entenderlo, yo? Considero que es sumamente inapropiado que me pida eso. En estricta justicia yo no debo comprenderlo. Sólo debo retribuirle las cosas que me dio. Y por el momento, en realidad, usted es el que me está debiendo el inventario de mis cosas.

Joven. --¿Pero para qué quiere un inventario?

Anciano. --Es vital. Tengo que determinar las cosas que aun debo a otros.

Joven. --¿Cosas que debe? ¿A quién? Si no tiene deudas.

Anciano. --Es obvio, jovencito, que no me ha escuchado nada de lo que le vengo diciendo. En justicia, debo muchas cosas. Se me regalaron muchas cosas, me han dado muchos objetios, y debo retribuirlos equivalentemente, por justicia.

Joven. --¿Quién le dio esas cosas?

Anciano. --Eso no importa.

Joven. --¿Pero no pensó que tal vez alguna de las cosas se las dieron por amor, sin pedir nada a cambio?

Anciano. --Usted, jovencito, vive en un mundo de papelitos de colores y origami. ¿Amor? Yo sé que el amor es justo. Si alguien me ama, me da cosas. Y yo le debo otras cosas. Como ve, todo se resume en la justicia. Pero en definitiva... ¿no piensa entrar a hacer el inventario? ¿Ya se comió su sombrero?

Joven. --Está muy equivocado. Al amor no le interesa eso que usted llama justicia.

Anciano. --No me haga reir. Lo que pasa es que usted es muy jovencito y no sabe nada del mundo.

Joven. --No... ya veo que no sé. Ya veo que lo único que le interesa a usted son las cosas. Usted nunca recibió ni dio amor. No sabe lo que es el amor. Pero está bien. ¿Quiere cosas? Tome, tome cosas. Este abanico, tome. Es palpable, es una cosa. Y acá tiene una plancha. Le va a servir mucho, le va a quitar las arrugas de la ropa.

Anciano. --Pero, joven, por favor, muchísimas gracias. Que gran amabilidad la suya, me está dando objetos, cosas de contenido económico. Tenga, tengo que retribuirle.

Joven. --¡Enfermo de mierda! Me das lástima, ¿no te das cuenta? Vivís tu vida según la tiranía de los objetos y del dinero. ¿No te das cuenta de que hay otras formas mucho mejores de dar tu amor?

Anciano. --Pero, jovencito, la única y verdadera manera de dar amor es dar cosas útiles, objetos que tienen un contenido económico, y que sirven. Así como sus padres le dieron ropa, educación, y cosas porque lo aman, usted deberá retribuir ese amor del mismo modo, con cosas. Es justo.

Joven. -- ¡Justicia! Su justicia me enferma. Ojalá nunca sea una persona justa del modo en que usted lo es. Ese día me habré convertido en un mercenario vil. Un amarrete que piensa que amar es dar dinero, y que desmerece a toda otra cosa que no sea dinero. Me da vergüenza haber hablado con usted.

Anciano. --Ahora, joven, me parece sumamente inapropiado que con su inexperiencia juzgue mi amplio conocimiento de los modos del mundo. Eso que usted dice no existe. Todo el que da algo, espera algo a cambio. La justicia así lo pide. Y el amor no puede existir sin justicia, ¿sabe?

Joven. --Su amor tal vez no pueda. ¿Sabe una cosa? Si la única justicia que existe hubiese sido la suya, ¿por qué piensa que Dios retribuye del mismo modo a los que trabajan una hora en su viña, que a los que trabajaron todo el día?

Anciano. --Esos son idealismos. Yo no soy Dios. Y dudo que así lo haga. Debe haber escalones de cercanía en el cielo. Los que dieron más cosas, estarán más cerca de Él.

Joven. --No, está usted muy equivocado. Los que estén más cerca, serán los que hayan dado sin pedir nada a cambio. Sin la justicia que usted define como estricta equivalencia de prestaciones. Por suerte, hay unos pocos en el mundo que no piensan como usted. Gracias a esos pocos, el mundo no se ha ido a la mierda. ¿Y sabe qué? Yo no degollo calamares, ni me como sombreros. Eso lo hacen los que son como usted.

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