26.12.06

Navidad

Fue linda. Espero que lo mismo pase con Año Nuevo.

9.12.06

el nombre de mi blog

Se llama "el lapiz y papel de atreyu" por una razón, no porque estoy loca. Por un lado, yo era chiquita cuando salió "la historia sin fin" en el cine. Por eso "Atreyu" se me quedó grabado. Por otro, suena parecido a mi nombre, "Andrea", y por último, porque mi cuñado me empezó a decir así en joda, y ahora todos me dicen así. Mirá qué cosa.

Lo que hay en mi cabeza

Estaba estudiando cuando decidí tomarme un pequeño descanso.

Escribir acá me relaja, me hace dejar de preocuparme por otras cosas que no sean las palabras mismas, porque no hay nada más allá de este cuadro, sino que lo único que existe es lo que quiero decir y las palabras más adecuadas para hacerlo.

Me hace acordar a cuando escribía mi diario. Guardé únicamente el último, porque realmente me daba vergüenza haber sido tan adolescentemente estúpida.

Pero escribir acá es diferente, porque cualquiera que sepa la página, puede simplemente abrirla con un navegador, y leer lo que escribí hace dos minutos atrás. Tampoco creo que suceda nada de eso. Sé que cada tanto, alguien lee lo que escribo, pero la gente que más me importa que lo haga, no lo hace, en una de las tantas aplicaciones de la ley de Murphy. Que son tantas, que ya no vale la pena explicitarlas.

Yo tengo un grave problema de comunicación con mi familia. Los quiero y me quieren. Pero no saben (y creo que nunca supieron) verme tal cual soy. Eso es también mi culpa, porque cansada de no ser vista, comencé a interpretar un papel frente a ellos. El de la hija convencional.

Han tenido más de una oportunidad para darse cuenta de que no lo soy, o más bien, de que no es eso lo que más me hace feliz. Porque no hubiera podido interpretar tantos años ese rol  si algo en mí no fuera como el papel lo requiere.

Uno tiene que encontrar algo del papel en sí mismo para poder interpretarlo. Aunque sea un pequeñísimo aspecto de uno mismo.

Son los condicionamientos externos, los de tu familia, los que te imprimen la necesidad de ser de una manera determinada o de otra. Si toda tu vida te dicen que sos responsable, desde chiquito, vas a interpretar ese papel. Tanto, que terminarás creyéndotelo. Y si no lo eras, quedás atrapado de todas formas en el papel, después de años y años de interpretarlo.

Mi madre, por ejemplo. Ella ve en mí lo que tiene ganas de ver. Es la persona más ingenua del mundo, descontando tal vez a Santa Teresita del Niño Jesús, y a la población infantil. Leyó lo que había empezado a escribir, y dijo que era como si hubiera condensado toda la sabiduría del mundo y la hubiese puesto en mi novela. Esas fueron sus palabras. Exactamente. Toda la sabiduría del mundo. Me gustó mucho saber que ella había disfrutado lo que escribí, pero tuve que dejar de lado su crítica. No me pareció seria.

Mamá, yo te quiero, pero cuántas veces te desprecié por ser como sos. Porque no me supiste preparar para la mierda de este mundo. Yo nunca fui tan ingenua, pero tampoco estaba preparada para los porrazos que el mundo distribuye tan gratuitamente. Lo más difícil que había tenido que superar antes de venirme a vivir sola fueron situaciones como la muerte de mi abuela, a los 6 años, más o menos, o un ataque de ira de mi papá cuando osé decirle que era un boludo por X cosa que ya no recuerdo, y él golpeó la puerta de mi cuarto con tanta fuerza que tuve miedo de que me pegara a mí. Después de eso, tuve miedo siempre de decirle lo que pensaba a mi papá. Porque decir la verdad equivalía a ser rechazada.

Mi papá es una persona violenta. Nunca me puso un dedo encima, pero su violencia es moral. Puede decirte sin ningún remordimiento que no servís para nada. ¿Sus hijos han sido siempre una desilusión? No sabría decirlo; pero lo que sí sé es que a mí el miedo me llevó a vivir de modo "perfecto" para evitar otro golpe en la puerta. 

Yo no los odio, a ninguno de los dos. Empecé a ver sus errores desde hace tiempo ya. Pero nunca me di la libertad de decirles exactamente lo que pensaba. Sin embargo, esto también es cobarde, porque no se los digo a la cara. Ojalá algún día tenga el coraje suficiente como para poder sacarme la máscara. Poder decirles que ellos no han sido perfectos, que me lastimaron al criarme, porque no supieron verme a mí, y siempre vieron lo que querían ver de mí. Y que lo mismo le hicieron a mis hermanos. Con su plan de "eso se discute puertas adentro", nunca hablamos sinceramente. Las "discusiones" en mi casa siempre fueron verticalistas: por el principio de autoridad nos pasaban desde arriba la sacrosanta verdad, la experiencia y lo correcto, y nosotros, las criaturas inferiores en sabiduría, recibíamos la iluminación.

Que tengamos nuestra opinión es malo, si no concuerda con la de ellos. Mi mamá no es así, ése es mi papá, pero como ella nunca se opuso a mi padre frente a nosotros, da lo mismo si piensa o pensaba igual o diferente. Las veces que hablé con mamá, ella por atrás me dijo que no pensaba igual que papá en muchas cosas. Pero jamás lo puteó en una discusión abierta de toda la familia, ni jamás le dijo "sos un pelotudo por pensar así, un pelotudo soberbio". Con lo que avaló frente a nuestros ojos todas las cosas que nos dijo mi papá. Con lo que mi papá se transformó en esa figura mística que no se contradice jamás. A mí me hubiera ayudado saber que mis viejos discutían sobre lo que estaba bien o mal. Me hubiera dado otra seguridad de que no hay una verdad única y sacrosanta que viene desde arriba, y que ellos no eran infalibles.

Y mis errores, que no tienen nombre: yo les contaba todo lo que hacía Santiago. Les pasaba toda la data. Mi hermano llegó a odiarme, casi. Creo que lo desilusioné mucho. Y mi mamá, con sus anteojeras de ingenuidad, nunca supo ver lo que estaba pasando: que con lo que yo hacía, de contarles, me alejaba de Santiago.

Aun así, soy quien soy. No maté a nadie, no lastimé a nadie demasiado, no miento demasiado, aunque sí miento muchas veces, sobretodo a mis padres, porque es más fácil mentirles que decirles la verdad. Hui de mi casa, con su avenimiento, es cierto, porque ya no soportaba vivir con ellos. No porque hicieran nada malo, sino porque nunca en su puta vida se interesaron por lo que a mí me interesa. La sorpresa de mi mamá: "¿estás escribiendo una novela?" Sí, mamá, escribo.

Escribo poesías desde los 16, y nunca se te ocurrió decirme, cuando las leías, las pocas veces que te las daba, que eran buenas, que siga, porque iba a llegar lejos.

Y sin embargo, acá estoy. Escribo. Seguí escribiendo a pesar de todo eso, lo cual habla de que a pesar de todo, a pesar de mis miedos y mi necesidad de aceptación, a pesar de haberlo pospuesto por la carrera de abogacía, a pesar de la total falta de apoyo y aliciente de parte de mis padres, es lo que realmente quiero hacer. Lo cual habla de la fuerza de la vocación. Yo leí mucho de la vocación, en la UCA, para Filosofía II. Vocación como llamado a hacer lo que uno es. Cumpliendo la vocación es como uno se hace realmente uno mismo. Yo escribiría aunque estuviese prohibido, aunque me cobraran multas, aunque nadie leyera lo que escribo. Lo haría igual. Cualquier otra cosa que hiciera, no me satisfaría como lo hace escribir. Escribiría aunque todo el mundo dijese que escibo bazofias, que no tengo técnica, que no tengo nada que decir. Porque al escribir me siento feliz, mientras que haciendo cualquier otra cosa, estoy, como mucho, contenta.


 

7.12.06

Diez

Me siento bien conmigo misma en estos días, pero nunca al 100%. Es como si algo me tirara hacia atrás, inexplicablemente, porque no hay nada malo en mi vida; por el contrario, las cosas andan más que bien.

Pero muchas veces el problema viene desde dentro de mi mente, porque tengo fantasmas alojados ahí y no hago nada para sacarlos. Estoy cansada de pensar y pensar. No puedo hacer nada si no lo pensé antes detenidamente. Y no me permito ser espontánea. Siempre tengo a mano el látigo.

Fui a rendir Derecho Administrativo. Rendir esa materia fue como deshacerme de un muerto que iba arrastrando desde hace tres años. Fui la última en rendir, porque como mi profesor había renunciado, tuve que cambiarme de cátedra, y la resolución de la universidad no había salido para el día del examen final. Por suerte, no soy de la UBA. En ese caso, hubiera sido más fácil incinerar al empleado que lograr que mi trámite saliera a tiempo. Pero me fui de tema. El mismo día del exámen, en el que de por sí ya estaba muerta de nervios, me tuve que poner a gestionar el tema del cambio de cátedra. Me lo aprobaron in situ, y me agregaron manualmente a la lista, pero debido a eso, me agregaron última, y así fue que rendí: última. 3 horas después de que había abierto la mesa.

Estaba muerta de miedo. Me di cuenta de que a pesar de que había estudiado todo (una cantidad monstruosa de fotocopias, resúmenes y papeles varios, como leyes, fallos de la corte suprema, y artículos de la doctrina) había cosas que no sabía con exactitud, aunque en todas las preguntas que hacían yo podía contestar lo más importante.

Cuando me llamaron, me rendí a lo inevitable. Me senté, y muy tranquilamente, rendí mi examen. Y gracias al fallo Pustelnik c/ Municipalidad de Buenos Aires de la Corte Suprema, metí el golazo contra los ingleses, en el 86. No el de la mano, el otro.

Nunca hago metáforas futbolísticas, pero acá lo amerita. Fue un examen clarísimo. Me tocó un tema fácil: los caracteres del acto administrativo. Explicando la presunción de legitimidad, cité a Pustelnik, y metí el golazo. Me dijeron: puede irse, estuvo muy bien.

Y después esperé, esperé, y esperé para saber la nota... y volví a casa debiendo sólo dos materias para recibirme, y con un diez en la libreta.