18.4.07

no voy a sucumbir.
me niego.
levanto mis ojos hacia arriba,
cuando la rutina diaria se hace negra
y sonrío

8.4.07

La tristeza más grande

¿De dónde viene esta tristeza que me carcome? No importa cuántas cosas vayan bien en mi vida, no encuentro descanso en nada. Si voy a la iglesia y rezo, si no voy a la iglesia y no rezo, si tengo trabajo, si no lo tengo, si estoy peleada con mi familia, si no lo estoy...

Nada de lo que hago me da alegría duradera. Porque no es que no sé reír: tengo sentido del humor, y me encuentro a mí misma riendo respecto de las cosas más tontas o de las más sofisticadas. Y no es que no disfruto estando con mis amigos, porque me gusta estar con ellos y charlar, y también me río con ellos. Hago bromas con ellos.

Pero cuando tengo un segundo para mí misma, para meditar, me llega esta tristeza sin fondo ni fin, y no sé qué hacer. No tengo medios para solucionarla. Puedo paliarla, puedo rezar, y repetir en mi cabeza una y otra vez las frases como "Yo soy valiosa para mi Dios, el Señor es mi fortaleza" (de algún lado de Isaías), frases que creo y que me reponen, pero haga lo que haga esta tristeza vuelve.

¿Está bien que la sienta? ¿Está bien que sin tal vez un motivo en particular sienta esta espada atravesándome el pecho? ¿Es normal que sienta este dolor, nada más que por estar viva? ¿Es desagradecido sentir esto que siento?

Porque no soy ciega: puedo ver cómo Dios me ha dado grandes cosas. Puedo ver cómo a los ojos del mundo también soy afortunada, teniendo mi casa propia mientras hay personas en mi situación que tienen que laburar durante años, para después recién a los 40 comprarse su casa.

Pero no sé... aunque quiera no sentirla, no lo puedo evitar. Haga lo que haga. Quería recibirme, y lo hice, ahora ya no tengo nada de qué arrepentirme. Tengo mi título, para todos los que me hincharon las pelotas con que tenía que rendir mis últimas materias. Eso no cambió ni un poquito esa tristeza que sentía. Sigue acá.

Quería ser independiente, y que mis papás no me dieran nada de dinero, para no deberle nada a nadie, ni siquiera el pan que me llevo a la boca. Lo hice. Y sin embargo, eso no cambió en nada la tristeza que sentía, porque aun hoy la siento.

Quería escribir, y animarme a escribir una novela. Lo estoy haciendo. Pero eso no varía en nada el peso que cargo.

Yo le llamo tristeza a este sentimiento que tengo día tras día, cada vez que me animo a pensar. Pero ni siquiera creo que esa palabra le haga justicia a lo que siento. Es como si entrara a un abismo negro, totalmente sola, y nadie pudiera venir conmigo, sin tener ninguna esperanza de poder salir.

No soy exagerada. Después de todo, las personas no se suicidan por nimiedades o exageraciones.
Pero para suicidarse hay que estar desesperado y yo no lo estoy. Nunca estuve desesperada. Siempre que siento que ese abismo empieza a cernirse sobre mí, rezo. A veces, rezo "desde lo más profundo, te llamo, Señor".

No soy una fanática religiosa. Sé que todo lo que vengo diciendo sueña tal vez a propaganda evangelista, pero yo no pretendo que otros hagan lo mismo que yo. Lo único que sé es que la tristeza que siento es a veces más real que cualquier otra cosa, y que en esas ocasiones, lo único que me rescata de ella es rezar.

Tal vez toda mi vida sienta esto. Tal vez no. Sólo sé que no me gusta, y que daría cualquier cosa por ser feliz, durante más que esos benditos momentos en los que puedo reír con toda mi alma, y alegrarme.

Que rollo que largué acá. Lo bueno es que tengo cierta impunidad porque muy poca gente amiga se toma el trabajo de leer esto y dejarme comentarios, y eso hace que inconscientemente sienta que nadie o casi nadie lee. Además del hecho de que pasado un tiempo, la página se voltea y ya no está más en pantalla lo que escribí, sino que hay que ponerse a buscarlo.

Que tengan todos una hermosa Pascua de Resurrección, y que Dios esté con ustedes.

7.4.07

El reino de los cielos

Hoy que es sábado santo, me encontré haciendo cosas tan anodinas como planchar la montaña de ropa que había en casa, que se venía acumulando desde hacía dos semanas, como mínimo.

Mientras planchaba, sin embargo, me di cuenta de que planchar era un ejercicio excelente (por un breve momento tuve un lapsus linguae en el que me había olvidado cómo se escribe "excelente", y tuve que escribirlo de todas las formas posibles, hasta decidirme por la que finalmente dejé) y de que me permitía pensar al mismo tiempo que lo hacía. Realmente pensar. No simplemente divagar o discurrir inútilmente sobre idioteces.

Mis pensamientos me llevaron a preguntarme si existía ese cielo sobre la tierra, del que Jesús habló. Por un momento, no encontré ese Reino. En nada, pero nada de nada. Me sentí un poco defraudada ("poco" acá es una ironía, claro) porque de repente para mí el mundo se me hizo algo así como pesado de soportar. Es decir, si donde sea que uno mira sólo ve maldad o simplemente indiferencia, no le dan muchas ganas de hacer algo distinto, y empieza a enrolarse en el camino de una de esas dos opciones. ¿Por qué ser el primero en cambiar? ¿Por qué ser el único en sacrificarse? Especialmente cuando la promesa de Jesús parece vana.

Pero entonces me dije que Jesús no miente, y que pensar eso y tirarme del balcón prácticamente da lo mismo. Me puse a pensar con más ahínco cuándo había visto o sentido el Reino de los Cielos, en vez de indiferencia o maldad. Y me di cuenta de que sí estaba ahí. Y de que sólo los valientes lo crean. El que va contra la corriente, por decir la verdad, por dar verdadera limosna a los pobres, cortando su capa a la mitad, en vez de darles lo que le sobra. Es muy fácil dar lo que sobra. Pero dar de lo que apenas tenemos nosotros es valiente. El que vio una décima del mundo real tiende a desanimarse, por eso vale tanto su esperanza. Para ser generoso, hay que dar más de lo que nos sobra. Por eso vale tanto lo que da un pobre. Porque no tiene mucho en su bolsillo. Si mi capital es de 30 pesos para todo el mes, y le doy un peso a chico pobre del subte, mi peso vale muchísimo más que el que le da aquél cuyo capital es de 8000 pesos para todo el mes. Es obvio, ¿no? Pero si fuera obvio, el que gana 8000 pesos le dejaría al chico pobre un almuerzo entero, una muda de ropa, o útiles escolares a todo chico pobre que viera, y no lo hace. A veces, ni siquiera le da un peso a ese chico pobre.

Los ricos tienen esa manía de culpar a los pobres por la situación en la que están. Los culpan a ellos de no ascender en la escala social. Y valoran únicamente a aquellos que "producen".

Ser pobre no es una opción. Si así lo fuera, nadie sería pobre. Es mejor ser pobre y digno. Por lo menos, un pobre no tiene la pobreza de sus hermanos en la conciencia.

Yo ví el Reino de los Cielos el otro día en el subte, cuando una señora se subió con un bebé, y un pibe hizo que los pasajeros que no se querían parar, se levantaran. Apeló a la vergüenza de los que se quedaban sentados. Y uno de ellos se paró y le cedió el asiento a la mujer. Y también vi el Reino en obras de arte. La belleza es tanta, a veces, que se hace sublime, y hay que contener el aliento al verla. El artista que logra eso, es tan afortunado: pudo darles a sus hermanos un breve destello de Dios, con su obra.

Todo eso pensé mientras planchaba. Y supe que yo quería eso, justamente: traerles a los hombres destellos del Reino. Y que encontrar el Reino para mí, y ayudar a construirlo aquí para mí significa dedicarme a la escritura.

Tal vez con mi escritura logre hacer pensar a los demás, un poco, aunque sea un poco. Y con uno que piense, y que vea, y que cambie, con sólo uno, ya planté una semilla. Y esa semilla tal vez germine, y dé más semillas.