12.9.06

Primer comentario a "El alma del hombre..." de Oscar Wilde

"Now and then, in the course of the century, a great man of science, like Darwin; a great poet, like Keats; a fine critical spirit, like M. Renan; a supreme artist, like Flaubert, has been able to isolate himself, to keep himself out of reach of the clamorous claims of others, to stand ‘under the shelter of the wall,’ as Plato puts it, and so to realise the perfection of what was in him, to his own incomparable gain, and to the incomparable and lasting gain of the whole world. These, however, are exceptions. The majority of people spoil their lives by an unhealthy and exaggerated altruism—are forced, indeed, so to spoil them. They find themselves surrounded by hideous poverty, by hideous ugliness, by hideous starvation. It is inevitable that they should be strongly moved by all this. The emotions of man are stirred more quickly than man’s intelligence; and, as I pointed out some time ago in an article on the function of criticism, it is much more easy to have sympathy with suffering than it is to have sympathy with thought. Accordingly, with admirable, though misdirected intentions, they very seriously and very sentimentally set themselves to the task of remedying the evils that they see. But their remedies do not cure the disease: they merely prolong it. Indeed, their remedies are part of the disease.
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They try to solve the problem of poverty, for instance, by keeping the poor alive; or, in the case of a very advanced school, by amusing the poor.

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But this is not a solution: it is an aggravation of the difficulty. The proper aim is to try and reconstruct society on such a basis that poverty will be impossible." [1]


“Cada tanto, en el transcurso del siglo, un gran hombre de ciencia, como Darwin; un gran poeta, como Keats; un excelente espíritu crítico, como M. Renan; un artista supremo, como Flaubert, ha sido capaz de aislarse, de mantenerse fuera de alcance de los clamorosos reclamos de los otros, de pararse “bajo el refugio de la pared”, en palabras de Platón, y así, de darse cuenta de la perfección que hay en él, para su propio e incomparable provecho, y para el incomparable y perdurable provecho de todo el mundo. Sin embargo, éstas son excepciones. La mayoría de la gente echa su vida a perder por un insalubre y exagerado altruismo ―está forzada, en efecto, a echarla a perder de ese modo. Se encuentra rodeada por una pobreza, fealdad y hambre terribles. Es inevitable que se sientan fuertemente conmovidos por todo esto. Las emociones del hombre responden más fácilmente que la inteligencia ante los estímulos; y, tal como lo señalé hace un tiempo en una editorial sobre la función de la crítica, es mucho más fácil mostrar simpatía hacia el sufrimiento que hacia el pensamiento. De modo acorde, con intenciones admirables, aunque mal dirigidas, muy seria y sentimentalmente se proponen la tarea de curar los males que ven. Pero sus remedios no curan la enfermedad: meramente la prolongan. Y en efecto, sus remedios son parte de la enfermedad.
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Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo, manteniendo a los pobres con vida; o en el caso de una escuela muy avanzada, divirtiéndolos.
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Pero esto no es una solución: es un empeoramiento de la dificultad. El correcto objetivo es intentar reconstruir la sociedad sobre tales bases que la pobreza resulte imposible.”[2]


Estoy totalmente de acuerdo con la última oración del texto que seleccioné. Hay que intentar reconstruir la sociedad, y me atrevo a decir que las bases sobre las que hay que hacerlo se reducen a una: la justicia. Que haya pobres y hambrientos es totalmente contrario a la justicia. Que haya naciones ricas y naciones pobres, también. Que la belleza sea un bien reservado para unos pocos, es igualmente injusto. Sólo por medio de la justicia puede la sociedad encontrar la paz. Porque no hay paz sin justicia. El Evangelio nos enseña eso.
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Otra cosa que me llama la atención de este texto es que entre los males que padece el hombre, Wilde haya incluido a la fealdad. Ciertamente, la belleza es un don, un bien. Privar a un hombre de belleza es negarle algo que lo puede elevar por sobre las mezquindades de este mundo, y ayudarlo así a contemplar atisbos de lo realmente sagrado, que es Dios.
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Y también juzgo cierto el hecho de que se divierte a los pobres para remediar los males que padecen. Se los divierte con programas de televisión, así como en tiempos antiguos, se los divertía con el circo. El hombre no ha cambiado en nada. Estos divertimentos están diseñados para atontar al hombre y hacerle olvidar que por justicia, su sitio está en la mesa, y no en el suelo recogiendo las migajas que de tanto en tanto los ricos dejan caer.
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Se puede argumentar que hay que fomentar la cultura del trabajo, para que los pobres dejen de ser pobres. Pero creo que la historia ha demostrado más que suficientemente que el liberalismo económico es una herramienta que sirve para que los que poseen el capital sigan poseyéndolo. Dudo mucho que fomentando la cultura del trabajo se logre la igualdad social. ¿Por qué? Porque no importa cuánto trabaje un hombre y cuánto sude su frente, si se desempeña en ciertos empleos, ganará menos que aquél que está instruido. ¿Quién lo determina a esto? El que posee el capital. ¿Por qué lo hace? Para perpetuar su clase. Porque si paga bien a los instruidos, no tendrá problemas en seguir poseyendo el capital. Tiene gente capacitada que hace bien el trabajo por él, y lo ayuda a mantener sus riquezas.
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El hombre instruido está feliz de ganar más, porque puede acceder a los bienes que tanto anhela. Pero se olvida (porque en esto, los instruidos somos convenientemente egoístas), de que sólo es instruido porque tuvo la fortuna de nacer en una familia que le pudo pagar los estudios. Y cree que por todos los años que estudió, tiene derecho a poseer más y mejores cosas que los que no lo hicieron.
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Pero Dios no hace acepción de personas. Su justicia es mejor que la nuestra, y esencialmente distinta, porque la excede. Yo creo que tendríamos que emularla, y recompensar el esfuerzo, independientemente del tipo de tarea que se realice. A igual esfuerzo, igual paga. Olvidémonos de "a igual tarea..." En la parábola de los trabajadores de la última hora, queda demostrado que su justicia no mide con la misma vara a todos: a los que trabajaron todo el día en la viña, desde la mañana, les daba el mismo pago que a los trabajadores que llegaron en la última hora. Su criterio para recompensar ciertamente no es objetivo, no se basa en un objeto existente en la realidad, como lo sería la naturaleza de la tarea realizada. Es subjetivo: mide al hombre que trabaja. Y el esfuerzo es intrínseco a ese hombre.
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El haber tenido acceso a una educación, o al capital, es completamente circunstancial. No define a un hombre. Lo que lo define es el uso que hace de ellos, cuánto esfuerzo pone de sí en sacar provecho de esa circunstancia. Y ese esfuerzo es cuantitativa y cualitativamente igual al esfuerzo que una persona pobre puede hacer cuando lleva a cabo su trabajo “no calificado”, como se lo llama hoy.
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También es cierto que hay pobres que no se esfuerzan, al igual que existen privilegiados que tampoco lo hacen. Sin embargo, es un atenuante para los pobres el hecho de que la recompensa que reciben es magra, y que probablemente muchos piensan que no vale la pena esforzarse por algo que difícilmente logren, que es alcanzar un estatus similar al de los instruidos. Ni menciono al de los ricos, porque ese estatus realmente está fuera del alcance de los pobres.
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El que tiene que arbitrar los medios para que la justicia se haga presente en nuestra sociedad es el Estado. Es el único que puede llevar a cabo una reforma económica y social de tal envergadura. Pero dada la calidad corrupta de nuestros legisladores y diputados y presidente, lo que planteo es una utopía. Los pobres no pueden financiar ninguna campaña política, ni pueden untar los bolsillos de nadie para que defienda sus intereses. Seguirán siendo pobres, seguirán estando hambrientos, y seguirán viviendo inmersos en la fealdad. Como fue siempre. Porque no hay nada nuevo bajo el sol.

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[1] Este texto fue obtenido de "The Project Gutenberg EBook of The Soul of Man, by Oscar Wilde".
[2] La traducción del texto es mía. Son libres de usarla, pero si obtienen una ganacia de ella... van a tener que pagarme por su uso.

1 comentario:

Andrea dijo...

ojo... releía el texto y parece que quiero que los instruidos sean pobres. Nada más lejos de mi intención. Lo que busco es que tanto los instruidos como los no instruidos reciban una paga equivalente que les permita tener acceso a los bienes, tanto materiales como espirituales. Para que nadie muera de hambre ni de frío, ni se vea privado de la belleza.
Pero... para lograrlo hay que matar al cocodrilo que vive en el bolsillo de todo capitalista. Y eso sólo lo puede hacer el Estado.